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lunes, 7 de febrero de 2011

diosecillos impotentes


                                                       Belleza y horror.

                             En Espadán, en primavera, una araña blanca, mimetizada
                             con la flor en la que vive, ha capturado una abeja.  Ésta, a su vez, 
                             lleva su abdomen lleno de polen, que hubiera sido fuente de vida
                             para otra flor. 



Lo diré sin ambages: Desde mi punto de vista, inevitablemente humano (*), este mundo es una chapuza.
Estamos hablando, por ejemplo, de un universo capaz de generar la vida y en el que, sin embargo, la supervivencia de los individuos de cada especie exige básicamente que sean capaces de comerse a los miembros de otra. (**)
Estamos hablando, decía, de un mundo en el que un bellísimo insecto irisado ha tenido la desgracia de encontrarse con la luna de mi coche esta mañana. Hace unas horas le hubiera hecho fotos de "macro", en la montaña, admirado de su perfección. Hoy he quitado, con un poco de asco, sus restos de mi parabrisas.
(Creo que no hace falta una nota a pie de página para que recordemos algunas de las atrocidades que este mundo encierra. El lector interesado puede, por ejemplo, abrir un periódico o acercarse a cualquier planta de hospital infantil)


Alguien ha dicho que, si existiera un creador, más le valdría tener una buena excusa. Yo no creo en un ser creador, pero me parece que, si lo hubiera, nos debe haber tocado un pobre diosecillo incapaz de hacerlo mejor. Le imagino impotente, viendo avergonzado su obra.


Me divierte el magnífico poema de Carlos Marzal que copio a continuación. Uno imagina en la clase de dioses novatos (escuela primaria divina, probablemente) al profesor proponiendo como ejercicio crear un universo. Indudablemente el trabajo le fue asignado a un alumno poco dotado.


     "Consideraciones gnósticas"
Acerca de este mundo y acerca de su artífice,
cada cual puede servirse a voluntad.
A fin de cuentas, en asuntos de fe
y en asuntos de gusto
quien rige es el capricho.
Respecto de esta vida y respecto de aquella
que está al final del lago del olvido,
que cada cual termine por creer
lo que le venga en gana.
(Ya soplan bastantes malos vientos
por estos territorios
como para recomendar a los incautos
que inventen y que anhelen otros mundos.)

Sin embargo-sin ser muy perspicaz
ni malintencionado-, estoy seguro
de que con poco esfuerzo y con menos talento
se podría haber hecho de este mundo
un lugar habitable, y de sus habitantes
otro pequeño mundo en armonía.
Un poco más de orgullo en la desgracia.
Un poco más de fuerza en la desdicha.
Un poco más de suerte contra el tiempo.
Como no ha sido así, como nos doblegamos
y el mal sueño persiste, se me ocurren,
entre otras muchas cosas, estas dos
tristes observaciones:
si el artífice
no acertó en este mundo, para qué
pensar que iba a acertar en el siguiente,
y que ignoro por qué le han encargado
trabajo tan difícil
al más inepto alumno de la clase.



                        




(*) Ya sé que mi punto de vista es subjetivo: soy un individuo cualquiera de una especie más, de las que pueblan este mundo. Cuando yo digo "sufrimiento", "belleza", "horror"... sé de sobra que son conceptos humanos que solo tienen sentido para un ser humano (para algún ser humano, quiero decir).
Si quien objeta a lo escrito es extraterrestre o la primera lagartija capaz de teclear, por favor, que me lo haga saber en el comentario. Eso no otorgará objetividad a su punto de vista,  pero al menos le concederá una interesante subjetividad de marciano o lagartija.
Si este universo no es una "chapuza" desde el punto de vista su hipotético creador, creo que su estrategia de comunicación también ha fallado estrepitosamente. En mi calle esta mañana un niño lloraba con un dolor profundo, no tengo ni idea de por qué.




(**) Ya sé, ya sé, hay excepciones. No todos los seres sobreviven comiendo a los miembros de otras especies. Algunos se alimentan de materiales no vivos y son devorados siempre sin contrapartida. Otros prefieren, más o menos ocasionalmente, comerse a los miembros de su propia especie