Quizá feliz en la inmolación, utilizado como arma cruel por otros que sonríen en la cómoda distancia de sus hogares, un hombre se mezcló ayer con los asistentes a un entierro en Pakistán e hizo explotar la carga explosiva que llevaba adherida a su cuerpo, provocando numerosos muertos. Esta es la noticia
Ese hombre y sus víctimas inocentes perdieron ayer todo lo que eran y todo lo que hubieran podido llegar a ser. No creo en su cielo de huríes entregadas y probablemente los que le enviaron al sangriento sacrificio tampoco. Si existiera esa eternidad prometida, renuncio desde ahora mismo a cualquier porción de ella. (*)
Estanque detenido para él, recorre en silencio el tiempo sin límite, como una sombra. Nosferatu, el “no muerto”, el demonio torturado cuya paternidad comparten Stoker y Murnau, acompañado para siempre del olor agrio de su putrefacción, ni siquiera siente ya la emoción del mal que representa, de la sangre, del dolor absurdo que genera.
Es eterno, pero ¿quién le envidiaría?. (**)
Y ¿qué decir del “más allá” cristiano que, si somos buenos, nos promete celeste hilo musical, nubecitas de algodón, visión beatífica de Dios y resurrección en alma ¡y cuerpo! (***)?. Parafraseando a Serrat, esa utopía de vida futura, si no fuera tan dañina, nos daría risa.
Pequeñas eternidades de andar por casa:
Queda dicho que no espero una eternidad “personal”. Yo creo en pequeñas prolongaciones de la vida, en unas pocas “eternidades” caseras, modestas, de andar por casa.
Creo que lo que hacemos sobrevivirá limitadamente, para bien o para mal, en el recuerdo de los que compartieron el tiempo con nosotros.
Creo también que somos transmisores de nuestra valiosa información genética: la clave que permitirá nacer a cualquier hombre del futuro y también la esencia de lo que nos hace irrepetibles. El impulso asociado a ese “prolongarse en otros” es el motor fundamental, consciente o inconsciente, de nuestra conducta. Este es el momento adecuado para pedir disculpas a mis descendientes por algunos fragmentos de ADN francamente impresentables. Lo siento sinceramente, no tenía otros.
Estoy convencido también que cada pequeño gesto de bondad o de amabilidad y, por supuesto, cada muestra de hostilidad o de crueldad, se propagan y tienen efecto en la conducta de quienes los reciben o los sufren. Esos comportamientos también afectan a su actitud para con otros y se extienden como una onda. Hacemos el mundo mejor, en un sentido muy real que afecta a los hombres del presente y el futuro, cuando dejamos pasar al peatón dubitativo del paso de cebra. (Yo no lo he hecho esta apresurada mañana).
Me anticipo a la objeción obvia. A mí tampoco me consuelan esas “eternidades” impersonales, que no satisfacen, más que muy levemente, nuestra ansia de permanencia. No tengo respuesta. El que necesite para vivir (¡o para dormir!) creer en cualquier ridícula promesa de felicidad futura, que lo haga. Hay una amplia oferta de “vidas eternas” a su disposición.
Como tantas veces, no encuentro a nadie que exprese mejor que Carlos Marzal el deseo de perdurar: “Si ese cielo fuera otro momento para decir lo nunca dicho, otra noche en su cama hasta matarnos,…regresaría incluso como un perro tirado en la basura”
“La edad del paraíso” (fragmento)
Supongamos que exista -argumentaste-
ese lugar que el hombre ha ambicionado,
desde que al primer hombre le ofendió
la luz, que se perdía; el tiempo, que no vuelve;
…
Supongamos.
¿Qué es ese Nolugar,
ese Jardín, qué es ese Paraíso?
Parece en los relatos
un limbo insoportable de fantasmas,
un lugar en el cual no existe la inquietud,
porque no existe nada de lo cual inquietarse.
Y, dime, en ese caso,
¿a qué viene desear otra infancia,
una sabia vejez? La juventud candente,
dime, ¿a quién le importa?
Ahora bien, si ese Cielo,
fuese un trasunto nuevo de esta vida,
una nueva ocasión donde enmendar
nuestro propio fracaso, en el fracaso
total de la existencia; otro momento,
para poder decir lo nunca dicho,
otra noche en su cama hasta matarnos,
otro viaje, otro trago y otro precio,
ya veis, a fin de cuentas, otra vida
sin fin y sin castigos; en ese caso, pues,
poco me importa volver para ser niño
otras mil veces más, o regresar
como cualquier anciano, como un joven sin tregua,
porque regresaría incluso como un perro
tirado en la basura.
Pero de lo contrario no contéis conmigo,
pasad la página, apagad la luz,
conceded mi rincón a quien quiera ocuparlo,
y a mí perdedme luego,
en ese otro lugar en donde nada existe
y que es más viejo aún que el Paraíso.
Carlos Marzal
(*) Según el representante de Hamás, hay 2.5 millones de huríes en un palacio del paraíso, esperando entregarse a los profetas, a los justos, a los mártires.
Procuraré tener en este mundo el sexo necesario para no echarlas de menos.
(**) Hablo de “paternidad compartida” porque preparando esta entrada he leído que los productores de la película de Murnau (“Nosferatu”, 1922) quisieron adquirir los derechos de “Drácula”, la novela de Bram Stoker, pero no tuvieron éxito en su empeño, y decidieron simplemente plagiarla. La viuda de Stoker los demandó con éxito por este hecho.
Esa indignidad de los productores nos ha legado: una película excepcional, el nombre del vampiro que ellos inventaron (creo que nadie conoce a partir de qué) y la poderosa imagen del monstruo, que se ha incorporado a nuestra iconografía y que resulta tan diferente del elegante "Drácula".
(***) Desde niño me he preguntado esa resurrección del cuerpo ¿a qué cuerpo se refiere?. Hoy me pregunto también: ¿la eternidad afecta a la muela que perdí hace unos años?, ¿estaré condenado a sufrir mi contractura muscular para siempre?. De hecho, los transplantados deben estar preparados para una dura pugna por el órgano compartido.
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El vídeo que sugiere el comentario de la "princesa río", correspondiente al "Drácula" de Coppola, igual de inmortal que el de Murnau, pero tan diferente...