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domingo, 16 de octubre de 2011

Prejuicios


Los prejuicios tienen mala reputación. No se puede utilizar ese término sin invocar fantasmas de racismo, discriminación, odio al diferente...
Evidentemente hay prejuicios que justifican esta valoración. No es preciso buscar muy lejos. Basta, por ejemplo, con abrir el periódico del día.

Debo decir, sin embargo, que esta visión negativa del prejuicio me parece, en sí misma, un prejuicio dañino que nos impide analizar objetivamente nuestro proceso de toma de decisiones.


                                               ¿Prejuicio sobre la gravedad? (*)

¿Quién puede negar que, en una forma muy real, cada juicio que emitimos es un prejuicio? No es posible para nadie pensar el mundo, cada vez, desde el principio. Toda nuestra valoración del entorno, toda elección entre alternativas posibles, están apoyadas en información parcial. Cada mañana, cuando abrimos la nevera para servirnos agua, colocamos el vaso debajo de la jarra, esperando que la gravedad se comporte como siempre. Quizá un día el agua fluya hasta el techo, en lugar de caer al vaso. Mientras eso no suceda, el prejuicio gravitatorio funciona.

Porque esa es la clave del prejuicio: permite sobrevivir, está ligado íntimamente a nuestro esquema de respuesta innato ante los acontecimientos. No en vano, el prejuicio fundamental se podría resumir como: “Lo diferente, lo desconocido, es malo y peligroso”. Gracias a esta idea, profundamente arraigada en nosotros, hemos huido de animales terribles y no hemos muerto envenenados por ingerir plantas venenosas.
En un experimento muy ingenioso, Gerd Gigerenzer muestra como los alemanes aciertan más que los norteamericanos (90% frente a 60%) en la respuesta a la pregunta: “¿Qué ciudad tiene más habitantes, Detroit o Milwaukee?". Resulta evidente que los norteamericanos tienen mucha más información sobre esas ciudades. ¿Cómo es posible que los alemanes acierten mucho más?. La respuesta parece también clara: porque saben menos y el prejuicio, aplicado en ausencia de "conocimiento", funciona. Eligen Detroit (la respuesta correcta) simplemente porque no tienen ni idea de cómo es Milwaukee.


            El antropólogo Edgar Morin, comenta críticamente la definición que hacemos de nosotros mismos, ese pretencioso e irracional título que nos aplicamos: “homo sapiens”. Morin nos recuerda (“El paradigma perdido”) que, cuando preguntamos a un ser humano acerca de los momentos importantes de su vida, nunca cita momentos “sapiens” (‘resolví un teorema'), sino instantes en que prima lo emocional (‘la vi sonreírme’). No hace falta recurrir al psicoanálisis para entender cómo en la base de nuestras decisiones está lo menos racional de nosotros, ese monstruo interno, no iluminable por la razón, que habita en lo más profundo de nuestro inconsciente.

            Así pues, con un motor que nos impulsa, profundamente irracional y con un proceso de toma de decisiones, basado en información parcial, que tiende a repetir esquemas de respuesta del pasado, ¿cómo podemos aprender o  progresar?. Más aún, ¿cómo es posible que la especie haya variado de forma tan radical su comportamiento a lo largo de la historia?.
            La respuesta es probablemente que en nosotros habita también el ansia de conocer lo nuevo, de aprender.
            En delicado e inestable equilibrio con nuestros prejuicios, ese impulso nos empuja a explorar lo desconocido, a asumir riesgos. Esa actitud de aprendizaje, que prima en nosotros durante la infancia y la adolescencia, está en la esencia del conocimiento, de la cultura, de la ciencia (¡y de la posibilidad de se feliz, me parece a mi! ). (**)

            Solo tenemos una estrategia posible para que ese impulso juvenil no decaiga con la edad. Tenemos que hacer un esfuerzo consciente y voluntario para “desaprender”, para deshacernos del prejuicio obsoleto y de la respuesta refleja asociada, para desprendernos de esa lente que nos hace percibir el mundo de una forma determinada.
En palabras de Eduard Punset:

“La opinión que tú tienes no es el resultado de ver, sino de mirar las cosas de una determinada manera.”
"Dado que nuestra visión de muchos aspectos del universo, la vida, la mente y la tecnología ha cambiado radicalmente, la ciencia trae ese mensaje revolucionario con miras al futuro: ‘Tenemos que olvidar o desaprender casi todo, mucho más en cualquier caso que lo que hemos de aprender’.”


          Por supuesto, desaprender es urgente cuando el prejuicio que albergamos es esencialmente perjudicial para nosotros mismos o para otras personas. No he conseguido encontrar una referencia para un experimento con ratones de laboratorio que me pareció especialmente revelador. Lo describo a continuación con brevedad:
         Los ratones fueron encerrados en un recinto que contenía una escalera sobre la que se colocaba un poco de queso. Cuando un ratón subía a por el queso y lo obtenía, los demás recibían una descarga eléctrica. Cualquiera de ellos podía pulsar un interruptor que electrificaba la escalera y, por supuesto, aprendieron a utilizarlo cuando otro intentaba subir a por el queso. Transcurrido poco tiempo, ningún ratón se atrevía a subir. Sabía que inevitablemente los demás le atacarían.
         Entonces los investigadores desactivaron el mecanismo que castigaba a los ratones cuando otro obtenía el queso y, de forma aún más importante en mi opinión, sustituyeron progresivamente uno a uno a los ratones originales.
         Los ratones seguían atacando sin piedad al que pretendía subir, aunque esa conducta no era ya justificable. La descarga de castigo ya no se producía, ninguno de los ratones presentes la había sufrido jamás y, ni siquiera, ninguno había visto a otro ratón sufrirla.


La tradición hace pervivir también en nosotros prejuicios que ya no tienen sentido, si algún día lo tuvieron, y provocan conductas dañinas, que no podemos siquiera explicar de forma convincente.




¿Qué hemos desaprendido hoy?






(*)



(**) Parece obligado expresar desde aquí agradecimiento al "librepensador" que se comió, por ejemplo, la primera ostra cruda.